domingo, 26 de septiembre de 2010

La caza del Octubre Rojo

La gente monta en los coches y escapan a toda hostia, con la pasma pisándole los talones. Pero no el gordo y el Lobo, que estaban en un rincón con el coche y que esperan que pasen todos. Yo me recupero como puedo, y aunque es una pena dejar que se escape este mierdas, ya lo matare cuando tenga ocasión. Además, tiene una pistola y podría utilizarla si se ve forzado.
Remonto la cuesta a toda hostia, trepando como puedo apoyándome en la navaja y veo con alegría que el gilipollas que escapo delante de mí ha dejado el coche en medio de la carretera. He de darme prisa, porque el Gordo está escapando ya. Me monto y los sigo a distancia razonable. Normal que lo abandonara: es robado. Tiene una foto de una familia y todo. En fin. Sigo a mi ritmo el coche de delante. Al rato, el Lobo se baja se despide y se marcha a su puta casa. Por mi, perfecto. Sigo al gordo, haber si me lleva a su casita, donde podremos charlar y lo que surja, el yo, a solas con una botellita de champan francés, la luna de almohada y las estrellas de sabanas.
Pongo la radio a todo lo que da para que no se fije en mi, que parezca el típico fiestero despreocupado, que vuelve de marcha. Al llegar a la gasolinera Shell de delante del rio Nora, detiene el coche y se para. Un pureta le viene a echar gasolina. Esos mercedes gastan mucho. Freno en la parte del agua y el aire y espero, haber que hace. El gordo se levanta y se va a los servicios, que están en una caseta aparte. Bien, un segundo. Con un gesto rápido abro un bolsillo secreto de la chaqueta. Saco una jeringuilla y una goma. Cargo la jeringuilla con mi mezcla favorita: una formulita que me enseñaron cuando hacia deporte en mis tiempos mozos, mezcla anfetas, coca y algún ingrediente secreto. Te aumenta el pulso, te inyecta adrenalina a saco y te pone a tono como para correr la maratón. Normalmente la droga no me lo tomaría, porque me puede provocar paros cardiacos, pero no me queda otra. Con la goma me busco la vena, me picho rápido (otra cosa que no debería hacerse) y grito de dolor cuando eso me entra como hierro fundido por las venas. Un segundo después puedo romper el mundo, si hace falta.
Entretanto, el gordo entre y se pone a mear, silbando tranquilo. Que cojones. Espero a que termine para entrar. No quiero que muera con la vejiga llena y lo ponga perdido todo. Es una pena no terminar esto en su casa, pero esto es la solución más rápida. Puede que en su casa haya más matones. Pienso terminar esta noche, eso fijo. Mañana la poli ya estará en mi pista, cuando encuentren mi ficha, y será solo cuestión de tiempo que me trinquen.
-¿Quién fue el primero en forjar la mortífera espada? Su alma salvaje era de puro acero.
-¡Tu!
- No, yo no,… Tíbulo. - Saco la navaja. – Quiero jodidas respuestas, gordo. Y las quiero ahora.
-¿Crees que te tengo miedo, subnormal?- retrocede y saca una pistola. Esta a tres metro. En línea recta.
Creo que esto me va a llevar más tiempo del que pensaba.

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