-!Que locura! !Que
temeridad! !Que insensatez! !Que error! !Que terrible error!- chillaba Senental
- ! Oh, cállate! !Cállate!
Ya esta bien. Ya esta bien, te digo. ! Basta!- le ordenó el Viejo- !Cállate! Ya
soy mayor para saber que es lo que me conviene ¿No te parece?
- !Mayor! !Mayor
dice! !En sus trece esta el loco! !Mayor! !Ya lo creo que si! !Ochenta y cinco
años, ese es el problema! !Lo mayor que estáis!
- Quizá tenga ochenta
y cinco años, Senental, pero- y le agarro por ambos brazos- me basto y me sobro
para alzarte en el aire, y partirte como leña seca. ¿Quieres probarlo? ¿No?
Bien, pues entonces callaté. Por tu bien- sentenció, y Senental, tembloroso,
titubeó y se echo para atrás.
- Bien. -dijo el
Viejo- Ahora aparta de mi camino. Tengo que preparme, y no haces otra cosa que
molestarme. ! Fuera! Bien, nos veremos alli afuera- dijo haciendo una
reverencia- Si al estimado Senental no le parece mal, desde luego. !!Bien! !Adiós!
!Volveré pronto!
- ¿Pero es que no
quedan hombres de valor aquí? ¿Nadie va a hacer nada? !Ese loco marcha hacían
una muerte segura y nadie mueve un dedo!
- Seguro que eso
seria toda una desgracia- dijo para si Recard.
- No hay ninguna ley
que le prohíba participar; ninguna norma. No podemos oponernos a su voluntad.
Es terco como una mula, y fuerte como un buey.
-Pero vos soy el
Señor. Vuestra palabra es ley, aún para él mismo.-Le replico Senental.
- Él está más allá de
todo eso. Solo obedece cuando quiere y en lo que quiere. Nada lograría oponiéndome,
salvo un nuevo escandalo. Y somos huéspedes aquí. No quisiera dar ningún
motivo...
- Si ese loco muere
ahi afuera, si tendriamos un motivo para...
- No te preocupes- le
contestó.- Por ventura o desgracia, ese hombre tioene la cabeza más dura que he
visto. Volverá.
- Lo que falta por
ver es si volverá de una pieza.
- Si, toda una
desgracia. Repitió Recard. -Bien, he de irme. A mi también me esperan, y seria descortés
retrasarme más. ! Adiós! ¿Parto con vuestra bendición, Senental? -pregunto con
una sonrisa en los labios.
Senental no contestó
nada. El sudor le cubría por doquier, como una pesada mortaja.
-! Que locura!-
repitió para sí.
- Vamos, ven- dijo el
niño riéndose- Va a empezar.
A paso vivo se dirigieron,
junto al resto de las Casas, a la plaza, lugar donde se desarrollaría la justa.
Las gradas eran bajas y estrechas; pero varios cientos de curiosos se arracimaban
en los bordes, en un lado y otro de los cercanos edificios para presenciar los
combates, eso si, detrás de una gruesa barrera de buena madera,
para que el noble respetable no le ofendiese los malos gustos de la plebe.
En el centro de la
plaza se había dispuesto a un extremo y otro una serie de marcas; como círculos,
donde cada combatiente debería colocarse, y en el lado derecho, cerca de las
gradas, había un gran plataforma de madera. En ella se subió un pregonero de
voz potente, y desde allí anunció que los combates comenzarían enseguida; echándose
a suertes los enfrentamientos. Uno por uno anunció los que iba a batallar;
leyendo tras sus nombre, sus méritos y hazañas; la mayoría, por que no decirlo,
sencillamente despreciables. Recard se le nombro el tercero, y de él se dijo
que por tres veces se había batido en el mar y tres barcos enemigos había
capturado (lo que era completamente cierto) que había vencido en dos combates singulares
a rivales de envergadura; y que nunca había vuelto la espalda. Apenas dos
nombres después, se pronunció el nombre de Urden y el publico estalló en
aplausos y vivas; la ovación duró tanto que el pregonero espero largo tiempo
antes de relatar, punto por punto, sus hazañas. Este era, claro, el paladín de
la Casa anfitriona, el héroe local, y además, un temible guerrero, pues había
participado en innumerables campañas y conquistas, bien para honor de su
Familia, bien para honor del Rey mismo, y por su valor y destreza había
alcanzado el honor de Portaestandarte, Lanza Real y Campeón de la Reina. Cuando
se leyó cada titulo, se prorrumpía en una ovación y había que detenerse; parecía
que cada cuál competía con el vecino por aclamarle con más estruendo que aquel. Cuando acabó por fin el pregonero, todo el
mundo resollaba por el esfuerzo.
En esas estaba cuando
se anuncio el nombre de Carissa. Primero con hilaridad (digamos que su estampa
no era precisamente de epopeya, ya que encontrar de los consejos de los pajes,
llevaba el yelmo bajo un brazo), pero luego con incredulidad y hasta cierta
pasmosa envidia, pues sus méritos y hazañas superaban, si no en brío, si por lo
menos en cantidad no solo a las del resto de luchadores (incluso a las de varios
de los otros luchadores juntos) si no a las del propio Urden, que un momento
antes confiado y seguro, meneaba ahora la cabeza de un lado a otro con visible
desdén e impaciencia. Avergonzado, el pregonero cayó y no leyó por completo sus
méritos indubitables, pero si leyó el remate final:
- ... !Señor de la
Casa de Klien!
Senental, incapaz de
dar crédito a semejante ofensa, se mesaba los cabellos, pero el niño de su
derecha se limitaba a sonreír como si todo fuera una gigantesca broma. Por fin,
cuando cesaron las risas y los abucheos, todos los caballeros desfilaron en pie
de marcha en fila, a la cabeza, por supuesto, Urden. Pero Carissa, que pensaba
que el puesto le correspondía por antigüedad, lo adelanto al trote vivo y se
coloco al frente el, con todo el orgullo que no le cabía ni por las cinchas del
caballo. El público le mostró, por señas y de viva voz, lo que pensaba, y él,
aun más orgulloso alzó la lanza y mostraba el escudo.
Por fin; todos se
colocaron enfrente de las gradas, de cara al Señor, y llevaron a cabo el
juramento: no utilizaron malas artes, no daría muerte al contrario, respetarían
las reglas y las decisiones que se tomarían.
Hecho lo cuál se decidió
a suertes los enfrentamientos. El primer nombre en salir fue Carissa. Se oyeron
maldiciones y quejas. Todos esperaban que no les tocase el viejo, pues no habría
honor en vencer a semejante rival, y todos escucharon con claridad como el
mismo Urden decía que por nada del mundo le gustaría luchar contra él. Y por
supuesto, no le toco a él. El afortunado fue uno de los guerreros más
inexpertos que había, un joven perteneciente a una casa sin tradición alguna,
unos mercaderes arribistas que habían logrado ascender gracias a hacer una
buena fortuna.
Recard no podía
quejarse precisamente: nada más y nada menos que le toco en suerte Urden, de
primeras. Cierto es que corría el rumor de que este combate seria interesante
de producirse, pues ambos bandos estaban tratando de formalizar una alianza, y
una buena impresión como luchadores siempre seria un buen apoyo antes de
empezar las negociaciones.
Recard aceptó el
golpe con entereza: Urden era un guerrero muy superior y sus posibilidades, aun
a su máximo nivel, eran escasas contra semejante mole; pero nada podía hacerse
ya, y además, este duelo le apetecía, aunque lo temiese. Un todo o nada desde
el inicio.
Nada mas terminar con
el sorteo, los que no iban a combatir en seguida descendieron del caballo y
esperaron turno en unos bancos de madera que había en uno de los laterales
junto a las cuadras. Carissa se quedo en su caballo, y también claro, el joven
y rubio Snauss, su rival.
El pueblo lucia
deslucido, como el espectáculo, todo el mundo esperaba con ansia, el último
combate, el de Urden, y este entremés tibio no llamaba su atención. Había poco
dinero en las apuestas, pues nadie parecía estar dispuesto a hacerlo por el
viejo, pero el otro tampoco llamaba la atención como para compensar. Así las
cosas, se pagaba cuatro a uno por Snauss, más que nada por el poco dinero que
se movía.
Carissa y el otro,
mientras tanto, ocuparon sus puestos, uno frente al otro, cada uno en un
extremo de la plaza. Los pajes les acercaron las lanzas (de madera, por
supuesto) y se les dio un momento para que se recolocaran y se preparan.
Un cuerno dio la
señal.
El joven salió
disparado como una flecha, pero atrás no se quedo el viejo, para asombro de
todos. Abrazando la lanza como si fuera la vida en ella, profirió una
horripilante serie de gritos, y espoleando a su caballo se arrojó como un
proyectil viviente.
- !Gloria!- gritaba-
!Gloria! !Muerte! !Guerra! !Tore! !Misit! !Padá!
Sin dejarse
impresionar, Snauss bajo la lanza, y apuntándole al pecho lanzó una maldición
primero y la lanza poco detrás.
Por un instante ambos
lanzas se cruzaron, de arriba abajo una, de abajo arriba la otra; y por un instante
ambas buscaron chocar contra el acero contrario, trémulas de la emoción.
Snauss, juzgándose
vencedor- no podía ser de otra manera, no podía ser de otra manera- se encrespó
sobre la silla y aulló:
- ! Victoria!
Por un efímero
instante su lanza rozaba el metal del capacete contrario; su furia lo empellía
aun más allá, y la vergüenza y las mil emociones que se desataron en este
instante lo cegaron, bullendo desde todos lados sobre él.
Con una gigantesca
explosión de astillas, su pecho retrocedió incrédulo, combado de dolor; el metal
contra la carne; el dolor contra el alma; y expelido como un insecto, su cabeza
se puso paralela a la grupa del caballo, sus brazos describieron cómicos
molinillos mientras todo su cuerpo cedía hacia atrás; solo los estribos le
salvaron de una caída total; y trato de luchar, de enderezarse sobre el animal,
de sobreponer el músculo al acero que los arrastraba al polvo. Rugiendo de
dolor y vergüenza, sus tendones estallaron bajo la presión; pero el balanceo
del caballo, el golpeteo rítmico de sus cascos jugaron en su contra. Al tratar
de enderezarse de primeras por la vergüenza, no logro sino empeorar su
situación, y sus estribos no aguantaron más y todo él se fue al suelo.
-
¡Tongo!-
grito alguien desde la grada.
-
¡Vergüenza!-
grito otro.
-
¡Amaño!
¡Estafa! –gritaron todos.
-
¡Snauss
hijo de puta, vete a tomar por el culo!
-
¡Vete con el luego a repartiros el dinero!
-
¡Bufón!
-
¡Maricón!
Entre la incredulidad
general, Carissa se pavoneaba, lanza en ristres, caracoleando con el caballo
frente a la tribuna de los Señores; un segundo después bajaba de un salto y
besaba las manos y los anillos del Señor, que no pudo menos que emocionarse
ante este sincero homenaje, y entre los abucheos, las risas, las quejas y
lamentos (y los insultos) de la gente se le proclamo vencedor. Mientras tanto,
Snauss no había hecho ni el amago de levantarse, posiblemente no tanto por el
dolor si no para que se olvidasen de él al creerlo inconsciente. Al cabo, entre
cuatro pajes se lo llevaron a rastras. Su padre miraba con la cara escondida detrás
de un pañuelo; y aprovechando un momento de distracción, farfullo una disculpa
y escapó de allí.
Pero nada de ello
importó lo más mínimo a Carissa, que tras ser proclamado vencedor se dedico a
dar un vuelta triunfal mientras se golpeaba el pecho como si fuera un oso de
los montes. Eso no gusto al respetable, que le vomito insultos desde todos los
ángulos, pero el Viejo se limito a responder a voz en grito:
-
¡Joderos,
cabrones! ¡Joderos todos! ¡Que os jodan!- y llevándose el dedo índice al cuello
hizo el gesto de cortar, desafiante.
Claro esta que esto
no hizo mas que enervar los ánimos; e incluso alguno hizo ademan de saltar a la
arena; los guardias tuvieron trabajo con las lanzas y los pomos de las espadas.
Uno se ofuscó al recibir una puñada en la cara y lanzo un tajo a ciegas que
alcanzó a un pobre imbécil en el pecho. Cuando la multitud olió sangre, la cosa
se salió de los cauces y mas de una veintena de aquella chusma logro romper el
cerco y saltar a la arena, y entre voces y gritos se dirigió ostentando piedras
y palos contra él Viejo.
Pero, este, lejos de
amilanarse por ello, cargo contra ellos a la carrera mientras gritaba “Guerra”
hasta echar espumarajos por la boca. El choque fue terrible, y como un torrente
acorazado los barrio y restallo contra el suelo como a un montón de hojas
secas. Tres o cuatro probaron lo duro que era el suelo, y otras tantos
comprobaron el gusto de los cascos del caballo. La cosa podía haber pasado a mayores, porque Carissa echo mano de
la espada que tenia al cinto, y si no se mete un guardia por el medio, esta
escena acaba con una carnicería.