lunes, 22 de octubre de 2012

El Villano en su Rincón



-!Que locura! !Que temeridad! !Que insensatez! !Que error! !Que terrible error!- chillaba Senental
- ! Oh, cállate! !Cállate! Ya esta bien. Ya esta bien, te digo. ! Basta!- le ordenó el Viejo- !Cállate! Ya soy mayor para saber que es lo que me conviene ¿No te parece?
- !Mayor! !Mayor dice! !En sus trece esta el loco! !Mayor! !Ya lo creo que si! !Ochenta y cinco años, ese es el problema! !Lo mayor que estáis!
- Quizá tenga ochenta y cinco años, Senental, pero- y le agarro por ambos brazos- me basto y me sobro para alzarte en el aire, y partirte como leña seca. ¿Quieres probarlo? ¿No? Bien, pues entonces callaté. Por tu bien- sentenció, y Senental, tembloroso, titubeó y se echo para atrás.
- Bien. -dijo el Viejo- Ahora aparta de mi camino. Tengo que preparme, y no haces otra cosa que molestarme. ! Fuera! Bien, nos veremos alli afuera- dijo haciendo una reverencia- Si al estimado Senental no le parece mal, desde luego. !!Bien! !Adiós! !Volveré pronto!
- ¿Pero es que no quedan hombres de valor aquí? ¿Nadie va a hacer nada? !Ese loco marcha hacían una muerte segura y nadie mueve un dedo!
- Seguro que eso seria toda una desgracia- dijo para si Recard.
- No hay ninguna ley que le prohíba participar; ninguna norma. No podemos oponernos a su voluntad. Es terco como una mula, y fuerte como un buey.
-Pero vos soy el Señor. Vuestra palabra es ley, aún para él mismo.-Le replico Senental.
- Él está más allá de todo eso. Solo obedece cuando quiere y en lo que quiere. Nada lograría oponiéndome, salvo un nuevo escandalo. Y somos huéspedes aquí. No quisiera dar ningún motivo...
- Si ese loco muere ahi afuera, si tendriamos un motivo para...
- No te preocupes- le contestó.- Por ventura o desgracia, ese hombre tioene la cabeza más dura que he visto. Volverá.
- Lo que falta por ver es si volverá de una pieza.
- Si, toda una desgracia. Repitió Recard. -Bien, he de irme. A mi también me esperan, y seria descortés retrasarme más. ! Adiós! ¿Parto con vuestra bendición, Senental? -pregunto con una sonrisa en los labios.
Senental no contestó nada. El sudor le cubría por doquier, como una pesada mortaja.
-! Que locura!- repitió para sí.
- Vamos, ven- dijo el niño riéndose- Va a empezar.
A paso vivo se dirigieron, junto al resto de las Casas, a la plaza, lugar donde se desarrollaría la justa. Las gradas eran bajas y estrechas; pero varios cientos de curiosos se arracimaban en los bordes, en un lado y otro de los cercanos edificios para presenciar los combates, eso si, detrás de una gruesa barrera de buena  madera, para que el noble respetable no le ofendiese los malos gustos de la plebe. 
En el centro de la plaza se había dispuesto a un extremo y otro una serie de marcas; como círculos, donde cada combatiente debería colocarse, y en el lado derecho, cerca de las gradas, había un gran plataforma de madera. En ella se subió un pregonero de voz potente, y desde allí anunció que los combates comenzarían enseguida; echándose a suertes los enfrentamientos. Uno por uno anunció los que iba a batallar; leyendo tras sus nombre, sus méritos y hazañas; la mayoría, por que no decirlo, sencillamente despreciables. Recard se le nombro el tercero, y de él se dijo que por tres veces se había batido en el mar y tres barcos enemigos había capturado (lo que era completamente cierto) que había vencido en dos combates singulares a rivales de envergadura; y que nunca había vuelto la espalda. Apenas dos nombres después, se pronunció el nombre de Urden y el publico estalló en aplausos y vivas; la ovación duró tanto que el pregonero espero largo tiempo antes de relatar, punto por punto, sus hazañas. Este era, claro, el paladín de la Casa anfitriona, el héroe local, y además, un temible guerrero, pues había participado en innumerables campañas y conquistas, bien para honor de su Familia, bien para honor del Rey mismo, y por su valor y destreza había alcanzado el honor de Portaestandarte, Lanza Real y Campeón de la Reina. Cuando se leyó cada titulo, se prorrumpía en una ovación y había que detenerse; parecía que cada cuál competía con el vecino por aclamarle con más estruendo que aquel.  Cuando acabó por fin el pregonero, todo el mundo resollaba por el esfuerzo.
En esas estaba cuando se anuncio el nombre de Carissa. Primero con hilaridad (digamos que su estampa no era precisamente de epopeya, ya que encontrar de los consejos de los pajes, llevaba el yelmo bajo un brazo), pero luego con incredulidad y hasta cierta pasmosa envidia, pues sus méritos y hazañas superaban, si no en brío, si por lo menos en cantidad no solo a las del resto de luchadores (incluso a las de varios de los otros luchadores juntos) si no a las del propio Urden, que un momento antes confiado y seguro, meneaba ahora la cabeza de un lado a otro con visible desdén e impaciencia. Avergonzado, el pregonero cayó y no leyó por completo sus méritos indubitables, pero si leyó el remate final:
- ... !Señor de la Casa de Klien!
Senental, incapaz de dar crédito a semejante ofensa, se mesaba los cabellos, pero el niño de su derecha se limitaba a sonreír como si todo fuera una gigantesca broma. Por fin, cuando cesaron las risas y los abucheos, todos los caballeros desfilaron en pie de marcha en fila, a la cabeza, por supuesto, Urden. Pero Carissa, que pensaba que el puesto le correspondía por antigüedad, lo adelanto al trote vivo y se coloco al frente el, con todo el orgullo que no le cabía ni por las cinchas del caballo. El público le mostró, por señas y de viva voz, lo que pensaba, y él, aun más orgulloso alzó la lanza y mostraba el escudo.
Por fin; todos se colocaron enfrente de las gradas, de cara al Señor, y llevaron a cabo el juramento: no utilizaron malas artes, no daría muerte al contrario, respetarían las reglas y las decisiones que se tomarían.
Hecho lo cuál se decidió a suertes los enfrentamientos. El primer nombre en salir fue Carissa. Se oyeron maldiciones y quejas. Todos esperaban que no les tocase el viejo, pues no habría honor en vencer a semejante rival, y todos escucharon con claridad como el mismo Urden decía que por nada del mundo le gustaría luchar contra él. Y por supuesto, no le toco a él. El afortunado fue uno de los guerreros más inexpertos que había, un joven perteneciente a una casa sin tradición alguna, unos mercaderes arribistas que habían logrado ascender gracias a hacer una buena fortuna.
Recard no podía quejarse precisamente: nada más y nada menos que le toco en suerte Urden, de primeras. Cierto es que corría el rumor de que este combate seria interesante de producirse, pues ambos bandos estaban tratando de formalizar una alianza, y una buena impresión como luchadores siempre seria un buen apoyo antes de empezar las negociaciones.
Recard aceptó el golpe con entereza: Urden era un guerrero muy superior y sus posibilidades, aun a su máximo nivel, eran escasas contra semejante mole; pero nada podía hacerse ya, y además, este duelo le apetecía, aunque lo temiese. Un todo o nada desde el inicio.
Nada mas terminar con el sorteo, los que no iban a combatir en seguida descendieron del caballo y esperaron turno en unos bancos de madera que había en uno de los laterales junto a las cuadras. Carissa se quedo en su caballo, y también claro, el joven y rubio Snauss, su rival.
El pueblo lucia deslucido, como el espectáculo, todo el mundo esperaba con ansia, el último combate, el de Urden, y este entremés tibio no llamaba su atención. Había poco dinero en las apuestas, pues nadie parecía estar dispuesto a hacerlo por el viejo, pero el otro tampoco llamaba la atención como para compensar. Así las cosas, se pagaba cuatro a uno por Snauss, más que nada por el poco dinero que se movía.
Carissa y el otro, mientras tanto, ocuparon sus puestos, uno frente al otro, cada uno en un extremo de la plaza. Los pajes les acercaron las lanzas (de madera, por supuesto) y se les dio un momento para que se recolocaran y se preparan.
Un cuerno dio la señal.
El joven salió disparado como una flecha, pero atrás no se quedo el viejo, para asombro de todos. Abrazando la lanza como si fuera la vida en ella, profirió una horripilante serie de gritos, y espoleando a su caballo se arrojó como un proyectil viviente.
- !Gloria!- gritaba- !Gloria! !Muerte! !Guerra! !Tore! !Misit! !Padá!
Sin dejarse impresionar, Snauss bajo la lanza, y apuntándole al pecho lanzó una maldición primero y la lanza poco detrás.
Por un instante ambos lanzas se cruzaron, de arriba abajo una, de abajo arriba la otra; y por un instante ambas buscaron chocar contra el acero contrario, trémulas de la emoción.
Snauss, juzgándose vencedor- no podía ser de otra manera, no podía ser de otra manera- se encrespó sobre la silla y aulló:
- ! Victoria!
Por un efímero instante su lanza rozaba el metal del capacete contrario; su furia lo empellía aun más allá, y la vergüenza y las mil emociones que se desataron en este instante lo cegaron, bullendo desde todos lados sobre él.
Con una gigantesca explosión de astillas, su pecho retrocedió incrédulo, combado de dolor; el metal contra la carne; el dolor contra el alma; y expelido como un insecto, su cabeza se puso paralela a la grupa del caballo, sus brazos describieron cómicos molinillos mientras todo su cuerpo cedía hacia atrás; solo los estribos le salvaron de una caída total; y trato de luchar, de enderezarse sobre el animal, de sobreponer el músculo al acero que los arrastraba al polvo. Rugiendo de dolor y vergüenza, sus tendones estallaron bajo la presión; pero el balanceo del caballo, el golpeteo rítmico de sus cascos jugaron en su contra. Al tratar de enderezarse de primeras por la vergüenza, no logro sino empeorar su situación, y sus estribos no aguantaron más y todo él se fue al suelo.
-       ¡Tongo!- grito alguien desde la grada.
-       ¡Vergüenza!- grito otro.
-       ¡Amaño! ¡Estafa! –gritaron todos.
-       ¡Snauss hijo de puta, vete a tomar por el culo!
-        ¡Vete con el luego a repartiros el dinero!
-       ¡Bufón!
-       ¡Maricón!
Entre la incredulidad general, Carissa se pavoneaba, lanza en ristres, caracoleando con el caballo frente a la tribuna de los Señores; un segundo después bajaba de un salto y besaba las manos y los anillos del Señor, que no pudo menos que emocionarse ante este sincero homenaje, y entre los abucheos, las risas, las quejas y lamentos (y los insultos) de la gente se le proclamo vencedor. Mientras tanto, Snauss no había hecho ni el amago de levantarse, posiblemente no tanto por el dolor si no para que se olvidasen de él al creerlo inconsciente. Al cabo, entre cuatro pajes se lo llevaron a rastras. Su padre miraba con la cara escondida detrás de un pañuelo; y aprovechando un momento de distracción, farfullo una disculpa y escapó de allí.
Pero nada de ello importó lo más mínimo a Carissa, que tras ser proclamado vencedor se dedico a dar un vuelta triunfal mientras se golpeaba el pecho como si fuera un oso de los montes. Eso no gusto al respetable, que le vomito insultos desde todos los ángulos, pero el Viejo se limito a responder a voz en grito:
-       ¡Joderos, cabrones! ¡Joderos todos! ¡Que os jodan!- y llevándose el dedo índice al cuello hizo el gesto de cortar, desafiante.
Claro esta que esto no hizo mas que enervar los ánimos; e incluso alguno hizo ademan de saltar a la arena; los guardias tuvieron trabajo con las lanzas y los pomos de las espadas. Uno se ofuscó al recibir una puñada en la cara y lanzo un tajo a ciegas que alcanzó a un pobre imbécil en el pecho. Cuando la multitud olió sangre, la cosa se salió de los cauces y mas de una veintena de aquella chusma logro romper el cerco y saltar a la arena, y entre voces y gritos se dirigió ostentando piedras y palos contra él Viejo.
Pero, este, lejos de amilanarse por ello, cargo contra ellos a la carrera mientras gritaba “Guerra” hasta echar espumarajos por la boca. El choque fue terrible, y como un torrente acorazado los barrio y restallo contra el suelo como a un montón de hojas secas. Tres o cuatro probaron lo duro que era el suelo, y otras tantos comprobaron el gusto de los cascos del caballo. La cosa podía haber  pasado a mayores, porque Carissa echo mano de la espada que tenia al cinto, y si no se mete un guardia por el medio, esta escena acaba con una carnicería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario