lunes, 12 de noviembre de 2012

El Papa debia estar borracho



Apenas se hubo tranquilizado los ánimos, el Señor dispuso que empezara en seguida el siguiente duelo, para así distraer al populacho, y así se hizo, saltándose los ritos previos y demás prolegómenos.
Entre el mas profundo y reverenciado silencio salieron Recard y Urdum. La sencillez de la armadura del Klien contrastaba con el ornamento, finura y filigrana de su rival, cuya armadura negra contaba con numerosos grabados y decoraciones en oro que simbolizaban dragones, leones y quimeras.  En su espaldar se daba cita el blasón de su Familia.
Recard llego a su puesto; bajo la visera del yelmo, dispuso el escudo con firmeza: embrazo la lanza y esperó.
Urdum se tomo su tiempo. Se paseo ante la tribuna, le alcanzo con la punta de su lanza una prenda a su prometida, y en el un mensaje que rezaba “Volveré en unos segundos”. La ocurrencia hizo estallar en carcajadas a la tribuna cuando la doncella lo leyó en voz alta. El Señor no se rio, le pareció una estruendosa falta de respeto, y más ahora que tenia tratos con la otra Familia. Por fin, Urdum se situó convenientemente.
Las apuestas estaban siete a uno a favor del favorito. Los que lo habían hecho por Recard, en realidad, tan solo lo habían hecho porque por aquel entonces la cosa estaba diez a uno, y apostando muy poco se podía sacar una verdadera fortuna.
Un cuerno dio la señal.
Como dos rugientes saetas, ambos se lanzaron al galope tendido uno contra otro. 
Recard sabia que al choque puro, nada podría hacer contra la fuerza, destreza y experiencia de Urdum. Su caballo y sus armas, eran además, muy superiores. Si que obro en consecuencia, y decidió arriesgar para vencer. Picando un poco al caballo consiguió torcer un poco la carrera del caballo, alejándose sutilmente de su rival, mientras giraba más y mas la lanza. Pero Urdum no había ganado tantas batallas de casualidad: e hizo virar a su caballo, acercándose tanto como Recard se alejaba. Los centímetros se agotaban y ambos caballeros estaban más y más cerca. A la desesperada, Recard inclino el cuerpo y puso la lanza casi en horizontal, perpendicular a su propia silla, como si fuera una barrera. Pero era un plan poco inteligente. La lanza no choco en Urdum, si no en la testa de su caballo, que la golpea casi sin inmutarse en su carrera. Pero si inmuto a Recard, que no pudo resistir el tirón y desequilibrado, cayo a plomo y rodó como un trasto viejo.
El público estallo en vítores. Ni siquiera aquella artimaña podía hacer mella en el campeón. El resultado era el de siempre, el esperado, nadie dijo nada esta vez, ni nadie hizo nada: la gente se volvió para cobrar sus apuestas o cuchicheo entre ello lo extraño de la maniobra.
Pero Recard no se rindió, no aún. Tambaleante como un tonel en el mar, se puso de pie. Ignorando el dolor y concentrando sus fuerzas, desnudo su espada y enarbolando el acero, grito a Urdum:
-       ¡Espera! ¡Esto aún no ha acabado!
-       Al contrario. Esto se acabó el dia en que nací. Lo que pasa es que nadie se digno a contártelo.
El público rubrico con carcajadas y aplausos aquella jactancia,  pero el ceño del Señor estaba cada vez más fruncido. ¡Aquel insensato se disponía a lanzarse a caballo contra él! ¡Era una locura! ¿Y si mataba a aquel hombre, pisoteándole?  ¿O en el choque? O por el contrario, ¿Por qué poner en riesgo a este semental, si era el mejor percherón de sus cuadras? ¡Basta! ¡Había que detener esto! ¡Se levanto como una flecha!
-       ¡Alto! ¡Alto!- gritaba.
Pero era inútil, ya nadie le escuchaba.
Recard estaba demasiado ocupado tratando de sobrevivir. Urdem había picado espuelas y se lanzaba de cabeza sobre él.
-       ¡Gilipollas! –aullaba dentro de su casco. Esto no tenía que estar pasando. Este gilipollas tenía que haberse quedado en el suelo. Primero, los truquitos con la lanza. Y ahora, estas tonterías. El combate había acabado. El había ganado. Bien, esta vez seria a las bravas. No habría piedad.
-       ¡Gilipollas!- volvió a resonar dentro del casco.
Estaba muerto.
Recard temblaba de emoción, pero no había miedo en sus ojos. Ya había visto a la muerte de cara, aunque no tan rápida y acorazada. No iba a echarse atrás ahora.
Plantó bien los pies en el suelo y sospeso la espada delante de él. Un viejo poema le vino a la cabeza:
Este es el fin.
Los cielos caen.
La noche nos anega.
La Luna estalla.
Porque este es el fin
      ...
 
Verso tras verso relampagueó en su mente, y estremeciendo sus cuerdas vocales resonó por su garganta reseca mientras veía venir a aquel gigante, a aquella fuerza de la naturaleza, a aquel titán de hierro y piedra y hueso hacia el como una tormenta de granizo. Un fantasma de muerte se paseo delante de sí, y aun su alma se estremecía esperando el final.
Pero no fue el fin.
En el último momento recupero la cordura y se echo a un lado, justo un segundo antes que el relámpago gris le arrasase. Pero Urdum ya esperaba algo parecido. Tasco el freno y aprovecho el derrape del caballo para girar en redondo y recolocarse de frente a él en apenas unos segundos. Recard apenas había tenido tiempo de levantarse justo cuando  vi lo que se le venia encima.
Un grito desesperado fue todo lo que pudo hacer esta vez.
El golpe fue colosal, y Recard tuvo suerte tan solo de sobrevivir a aquello. Nunca había visto una cosa semejante. Un dolor tan estremecedor, tan insufrible; su espalda pareció romperse en dos; cuando finalmente toco suelo.
Pero Urdum no estaba contento.
Aún se movía. Aun se retorcía. Quizás se le ocurriese volver a levantarse, como había hecho antes.
Loco.
En sus labios se dibujo la sonrisa de un lobo que huele a la presa.
No le dejaría esta vez.
Esta vez, seria su fin.
Su maldito fin.
Encabrito el caballo y trato de pisotearlo con todo su terrible peso.
A la desesperado, Recard rodo como pudo, pero Urdum no dejo de caracolear a un lado y a otro siguiéndolo, y levanto y haciendo caer el caballo a un lado y a otro.
El publico se puso en pie, oliendo sangre, sacudiendo los cielos con sus gritos.
Una pezuña hallo el banco, y estallo el éxtasis.
Un caos de dolor y acero fue todo lo que recuerda que vino a continuación. Con un último esfuerzo, o quizá por un simple mecanismo inconsciente la espada se le disparó y se vio envuelto entre las patas del caballo; entre sangre, mierda y polvo; se enredo en aquel bosque y en medio de la confusión mas absoluta caballo y jinete dieron contra el suelo.
La algarabía hizo temblar los cimientos de la plaza.
Alto como una torre, ignorando el dolor se alzó primero Urdum, herido en su  orgullo propio, y desnudando su espada de acero negro se acercó a Recard para acabar con aquello. Este no se había levantado por entero y estaba de espaldas a él, pero nada de eso le importo. Se acabaron las lindezas. Lo iba a matar. Como fuera.
Pero en el instante que iba a descargar el golpe; Recard se volvió violentamente; y rápido como el relámpago descargo su acero en diagonal hacia el hombro del enemigo.
Pero Urdum era mucho Urdum; no había ganado su fama de casualidad. Aún pillado por sorpresa reacciono rápido; haciéndose a un lado y trazando a la defensiva un circulo con la hoja de su arma; rechazando su impetuoso desafió. Ambos luchadores dieron un paso hacia atrás para preparar el siguiente golpe.
Los aceros chocaron en el aire, haciendo saltar chipas de las impías hojas. El aire mismo aulló de terror; y ambas guardas chocaron una contra otra tratando de imponerse.  Recard rompió el juego con un golpe en horizontal de su escudo; pero Urdum quito la cabeza justo a tiempo. Ahora tenía hueco para contratacar; y lo aprovecho bien. La espada casi alcanza a Recard, que supo reaccionar en el último instante; pero su defensa fue débil, pues no estaba bien colocado; y la fuerza de su oponente hizo el resto. La hoja tembló, y con una violenta sacudida por poco se escapa de la mano; para retenerla tuvo que inclinarse hacia adelante, justo hacia su enemigo; Urdum cargo con el escudo precisamente hacia allí.
Fuerza contra fuerza, Recard tenía entre poco y nada que hacer contra aquella mole de hierro, metal y hueso; y desequilibrado las cosas pintaban realmente mal. Aunque interpuso su propio escudo como muralla; el pulso que vino a continuación fue demasiado para el. Trastabillando, retrocedió, antes de perder pie y golpear con una rodilla el suelo.
Estaba justo como quería Urdum. Pues bien, pensó, aquí se acaba todo. Es hora de rematar la faena. Alzando su espada como si fuera una maza; le miro a los ojos (allá donde se escondieran detrás del yelmo) y bramo con todfa la fuerza de sus colosales pulmones:
-       ¡Muerte!
Como un tornado cerniéndose sobre una cabaña, golpeo la espada. Todo el brazo sintió la terrible presión, y haciendo verdaderos esfuerzos pudo retener la hoja tiritante en la mano: ella misma parecía combarse y ceder ante aquel ímpetu. El siguiente golpe de no le fue a la zaga al primero; ni el tercero al segundo, que hizo que Recard tuviese que resistirlo con ambas rodillas besando el polvo y agarrando el pomo con ambas manos.
Urdum también agarro su espada con ambas manos y se preparo para el siguiente golpe, que juzgo el último, mientras la espuma se le salía por la boca como a un caballo desbocado.
El público rugió por que previa la matanza próxima e inevitable, y extasiados gritaban una y otra vez:
-       ¡Mátale! ¡Mátale, Urdum! ¡Mata a ese cabrón! ¡Revuélcale en el fango! ¡Que se pudra en los infiernos!
Algún gracioso incluso lanzaba dardos:
-       ¡Recard, puto marica! ¡Eres peor que Snauss!
-       ¡Eso, eso! ¡Payaso!
-       ¡Pufo!
-       ¡Mierdas!
-       ¡Ja, ja, ja!- se burlaban todos.
Pero Recard tenía problemas mas urgentes y mortales enfrente.
El Señor se levanto y llevando las dos manos al cielo imploro piedad.
Pero su voz se ahogo en el tumulto.
Senental inclino la cabeza como si quisiera beberse la arena de combate.
El público rugía.
Y la espada, como una tormenta de granizo se desplomo hacia su objetivo.
La espada de Recard voló hecha pedazos por la brutalidad del golpe.
Las manos, dobladas, besaron el polvo.
Pero Recard estaba vivo, prácticamente.
Y Urdum, aunque maldecía su estupidez, había hundido en una cuarta la espada en la tierra.
Como el resorte de una ballesta, Recard cargo hacia adelante, y dieron contra tierra ambos. Aprovechándose de la confusión del golpe, se monto a horcajadas sobre su pecho, y alcanzando la empuñadura de su arma, inclino lo que quedaba de hoja sobre su cuello. El guantelete tronó en su cuello; un rodilla en su estomago y las espuelas le arañaron el rostro con fuerza. Escupiendo sangre y dientes, Recard cayó hacia atrás. Escupiendo sangre y dientes, Recard vio como Urdum se le subía encima ye invertía la situación.
Se debatió con toda la fuerza de sus músculos, pero ya era tarde. Estaba agotado y el peso de su rival era horrible. La espada centelleo frente a sus ojos.
-       ¡Alto!- ordenó el Señor por encima de todos. -¡Alto!- repitió- No es necesario. Declaro a Urdum vencedor del combate. Le declaro ganador.- los aplausos y vítores se desataron, pero algo desanimados: la gente esperaba sangre y estaba un tanto decepcionada. – Recard ha perdido. Pero a Recard se le declara mi amigo. Ha peleado con nobleza y con la bravura de cien hombres. Ha ganado el honor de nuestra amistad. ¡Bravo por él!
Pero Urdum sacudió la cabeza con desdén. ¡Que osadía! ¡Que desdén! ¡Atreverse a arrebatarle el triunfo a él! ¡Vencedor de mil días! ¡De cien batallas! Su sangre caliente debería adornar su hoja. Y sin embargo…Era su señor. No podía negarse, y menos aún en publico, delante de toda su gente; delante de todos sus invitados. Mascando sin vergüenza su ira, como si el humillado fuera él, alzó su puño y lo elevo al cielo, y con el dedo índice estirado, negó tres veces.
Entre las aclamaciones del publico, se retiro, dolido, y no dijo una sola palabra  a nadie. Y nadie se atrevió a romper su dolorosa quietud.
Para Recard fue mucho más trabajoso levantarse, tanto que no lo pudo hacer por sus propias fuerzas. Al cabo de un buen rato fuer retirado por media docena de pajes, entre abucheos e insultos. Pero cuando su cuerpo amurallado fue arrastrado enfrente del palco, el Señor mismo se puso de pie y le aplaudió, y poco a poco tímidos aplausos comenzaron a romper entre la marejada. Y desde dentro del yelmo, al Señor le pareció ver una sonrisa y una lágrima.

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