El calor era sofocante en el desierto. Bajo los dos soles
gemelos de Nurion; todo el planeta parecía crepitar y sofocarse. El aire mismo
estaba enrarecido, su respiración era dificultosa, abrasaba.
Por eso mismo parecía una completa locura que aquel
tropel humano caminase sin descanso; desafiando al calor, al polvo, al camino
mismo de arena enrojecida y sibilante. Apenas con dos docenas cortas de
vehículos que más bien se arrastraban como único transporte, doscientas cincuenta personas aferradas y apiñadas como insectos seguían
infatigables por el pedregoso sendero. Tan solo otro vehículo armado delante y
otro detrás tenían un estado de forma aceptable: tanto los vehículos como sus
ocupantes parecían desastrosamente destartalados.
Von dejo los prismáticos y se pregunto que protegían o de
que en aquel desierto; si había peligro era claramente insuficientes un par de
vehículos para vigilar toda la columna, cuyo largo ocupaba mas de medio
kilometro; y si no había peligro ¿De que protegían aquellos hombres?.
Quizás por el calor que hacia que las ideas bulleran casi
literalmente en el cerebro, quizás por que era de cajón una idea maduró en su
mente. Una sonrisa feroz afloró en sus labios, y unos despiadados dientes
centellearon sobre las dunas. Volvió a colocarse los prismáticos y trasteó un
poco con los sensores, calculando las distancias, midiendo tiempos y demás.
Satisfecho, descendió de la duna a su todoterreno; lo encendió y apretó el
acelerador a fondo. Apenas lo hizo la música atronó toda la cabina, como debía
de ser; y él se despreocupó y ametralló el motor a gusto, no preocupándose más
que por acelerar: la arena no era rival para la robustez de su vehículo.
Llego a su objetivo en apenas una veintena de minutos. El
pueblo que le recibió se llamaba Carsson; y tenia todo la pinta de ser uno de
esos pueblos que el Paradigma había borrado en su retirada; pero el enemigo
había llegado antes de los previsto y la
cosa había quedado a medio hacer. Todas
las casas seguían existiendo, pero en un estado intermedio; alguna tenían dos y
hasta tres fachadas; casi ninguna techo.
Salto del coche en la entrada; junto a otros ochenta o
noventa que allí habría; pero por fortuna, ninguno militar. No es que le
asustase, pero estaba harto de esos pesados con sus reglas y pasaportes y
salvoconductos.
El pueblo consistía en una sola calle en el sentido
vertical y otra horizontal; con un centenar de casas en cada sector; cada vez
más destruidas cuando mas se alejaban
del centro. Llego a la plaza central, y se tomo el tiempo necesario para
fumarse un cigarrillo mientras jugueteaba con los cuervos que desgarraban a los desertores que colgaban
de unos postes colocados en hilera,
siete a cada lado en paralelo, pero varios en cada poste. Muchos
parecían llevar los tatuajes sangrientos que tanto gustaba al Paradigma; por lo
que pueden que se tratase de prisioneros; o quizás ya estaba muertos y los
habían colgado luego para descargar su ira; o quizás de todas formas fueran
desertores o cobardes a los que se martirizaba así para asimilarlos al enemigo.
No importaba tampoco y de todas formas tampoco eran muchos; quizás treinta o
poco más.
Pocos.
La guerra se agotaba.
Como su cigarrillo.
Pero lo que nunca se acababa era el jodido desierto,
pensó cabreado.
Tiro el resto y lo piso con el tacón de la bota.
Los malditos cuervos ahora se habían puesto alrededor
suyo, mientras croaban y comían la carne y se peleaban entre ellos por los
trozos más jugosos. Le estaba poniendo perdido de sangre y de ponzoña; y Von
empezó a perder los nervios. La cosa no mejoro cuando una tras otro se le
subieron encima y se pusieron a
enredarse sobre él. La paciencia se
agotó y saco el revolver.
Dos tiros y siete cuervos muertos más se marcho y se
metió en el primer bar que encontró a echar un trago. “El Minero Loco”, buen
título. Antes de entrar comprobó su arma, tosió un par de veces, se recolocó el
sombrero y se sacudió las botas con educación.
El ambiente era acogedor. La escoria mas miserable que
nunca se pudiese juntar estaba allí, toda reunida, drogándose, jugando a las
cartas o amenazándose de muerte unos a otros. Por ello, nadie reparo en Von cuando
se unió. Abriéndose paso a codazos hasta
la barra; Von aposento los codos y primero pidió y luego pidió un buen trago de
matarratas desengrasante. Dejo que el espantoso sabor sacudiese bien su reseca
garganta; y ayudado por el latigazo de dolor se puso a pensar y a recorrer el
bar con la mirada. Una barra, un camarero, quizá el dueño, unas botellas
detrás, un espejo. Lo típico, vamos.
- ¿Von,
verdad? –le dijo el tabernero, que parecía deseoso de hablar con alguien- ¿Es
la primera vez que te dejas caer por Carsson?
- Bah,
si puede ser. Es un pueblo de mierda. No lo recordaría fácilmente.- contesto
aburrido el otro.
- La
guerra lo dejo echo pedazos- dijo el otro meneando la cabeza.
- No,
ya era una mierda antes.- y se metió otro trago más para el cuerpo.
El otro lo miro un rato,
como si no comprendiera.
- Es
imposible que la guerra lo dejara tan mal.- lo corto él.
El tabernero sonrió por la
agudeza (o eso creyó el) y siguió con su cháchara, más animado, a la vez que seguía
limpiando un vaso:
- No
te he dicho mi nombre, creo.
- Tampoco
es que me importe. –le volvió a cortar, fastidiado.
- ¿Qué,
como va el negocio?- contesto el otro como si no lo hubiera oído, o como si quisiera
ganar por simple insistencia.
Von le lanzó una mirada
glacial, y empezó a juguetear con la idea de sacar el revolver y enseñarle educación
a ese payaso maloliente. Y además, no supo porque; pero le pareció que ese
hombre le quería timar, y eso, tratándose de Von, es siempre mala cosa. Su mano
descendió hacia el masivo revolver y se crispó sobre la culata. Luego el
cansancio y el polvo ganaron la batalla y por no montar más jaleo entro en su
juego:
- ¿El
negocio? Otra mierda. Como el pueblo. O peor. Bueno, no peor que el pueblo.
Horrible. Desde que comenzó la guerra no hago más que coger desertores, por lo
que nadie da un duro; y cazar aquí y allá a espías y saboteadores. Mierda. Ponzoña.
No dan nada por ellos y hay que meterse en zonas de guerra para pillarlos, o
aun peor; ir a campos de evacuados. Bah. Basura.- escupió a un lado- Y luego
los llevas allí y el tipo no se acuerda o no te los quiera pagar y te tienes
que liar a tiros para cobrar o marcharte con las manos vacías y una amenaza de
muerte por que al tío le protege un regimiento. Y así un día y otro.- y se
metió otro trago.
- ¡Von!
¡Erich Von! – grito alguien desde la puerta, y siguió hablando.- ¡Maldito hijo
de puta!
- Encantado.
Yo soy Von. – Von se giro y le saludo con
el sombrero. – Y así estoy, sin casi un machacante y teniendo que beber en
tabernas de mala muerte con subnormales como tu. ¡Con lo que yo he sido! Yo iba
al Cristal Palace de Nussulum y tenia suite reservada y cuatro putas en el
yacuzzi esperando. Como en los
Videoclips de esos raperos de 50…Y…
- ¡Von!
–volvió a gritar el hombre desde la puerta.- ¡Da la cara, hijo de puta! ¡Cerdo
asesino! ¡Da la cara, si tienes cojones!
- Calma-
pidió el tabernero. – No quiero disturbios.
Ya sabes como están las cosas. Toma. Te invito a…
- ¡Que
te den por el culo, payaso! ¡Ese hijo de puta mato a mi hermano!
- “Sick”
Default. Cuatro mil. Un tío duro.- recito mecánicamente Von sin mirarlo, y se
metió otro trago.
- ¡Date
la vuelta, hijo de puta! ¡Date la vuelta para que pueda matarte! ¡Vamos! ¡Te
voy a demostrar quien soy!
- Henry
Default. Maricón. Franchute. Suicida.
Cadáver. Doscientos, quizás. – y se metió otro trago.
Escupiendo espuma; Henry sacó su
revolver (un Peacemaker gigantesco, de cañón largo y estrecho como un cigarrillo
con filtro) y le apunto entre los hombros.
- ¡Date
la vuelta! ¡Quiero acabar contigo cara a cara! ¡Mirándote a esos ojos de perro
que tienes!
- El
ser humano es deprimente. Si cree que esta enfermo, se pone de verdad. Si cree
que no ve, no verá. Si ve una chuleta, le entrará hambre, aunque solo sea un
holograma. Tan pequeño y frágil. ¡Y se cree el rey de la creación! Habrá que
ver a su creador, entonces. – y se metió otro vaso y agoto el liquido. -
¡Tabernero! ¡Ponme otro vaso! Filosofar da mucha sed.
- ¡No
te atrevas a burlarte de mí! –gimoteo el otro, detrás, amartillando el arma.
- ¡Camarero!
¡Otro vaso, por caridad!
Pero el camarero, se había
tirado al suelo detrás de la barra, como más o menos medio bar; y el otro medio
había escapado afuera, oliendo el tiroteo. En el último habían muerto cuatro
delincuentes y cuatro soldados del Orden.
Y todo comenzó por la correcta forma de colocarse una insignia en el
uniforme.
Y Henry seguía bajo el dintel
de la puerta, con el arma en ristre.
- ¡Camarero!
¡Otro vaso! – seguía impertérrito
Von-¡Camarero! ¡Camarero! ¿Camarero? ¿Camarero? ¿Camarero? ¡Bah! ¡A la mierda!- e inclinándose agarro sin vergüenza alguna la
botella que estaba en una balda bajo la barra y ni corto ni perezoso comenzó a
bebérsela a morro.
- ¡No
te atrevas a ignorarme! ¡Maldito bastardo!
- ¡Camarero!
¡Eh! ¿Qué haces en el suelo?- siguió Von llenándose otro vaso- ¿Qué pasa, tío
te gusta comer polvo?
- ¿Qué
te pasa, Von? ¿Te asusta ver cara a cara a la muerte?- calmándose, o fingiendo
calmarse, pues creyó ver que Von jugaba con él, para ponerle nervioso; y hasta soltó una carcajada.
- Bueno,
como a todos: quien somos, de donde coño venimos, a donde coño vamos: todo eso.
Las preguntas existenciales, vaya. ¿Pero sabes lo que me asusta? La estupidez
humana.
- Vaya;
parece que estamos de acuerdo en algo.
Matar a un tio equivocado. Insultar a un tío que te están apuntando por la
espalda, por ejemplo, es algo bastante estúpido.
- Un buen ejemplo. Si quieres, te doy otro más- y
mientras hablaban, sus ojos brillaron con
una fuerza terrible, por un instante, y la mano resbalo hacia su
cintura-: Como por ejemplo, que en una época que tenemos naves que van a tres
cuartos de la velocidad de la luz, haya aún gilipollas que crean que romper
espejos traiga mala suerte.
Como si le hubiesen
abofeteado, Henry echó la cara repentinamente hacia atrás; una gota de sudor se
agolpó en su sien y se precipito al suelo.
No llego a golpear.
Porque una decima antes, Von
había apretado algo en la muñeca.
Henry vio entonces, o oyó
algo, y giro la cabeza como un relámpago hacia un lateral, pero ya era
demasiado tarde.
Lo que buscaba no estaba en
un lateral, si no en el suelo: lo que Von se había sacudido de las botas al
entrar. Cinco gramos de explosivos plásticos concentrados guiados por laser.
Pero el no llego a ver, y mucho menos a entender.
Lo primero que sintió fue la onda expansiva,
golpeándolo con la fuerza del tifón,
cuando la explosión llego una centésima después, ya no tenia ojos para verla,
ni odios para oírla, ni cerebro para asustarse.
Yacía hecho un amasijo de
vísceras colgantes y palpitantes que recordaba mucho a un plato a base de pulpo
crudo que se llama krilt. Se toma
macerado en su propia salsa y frio, con alguna especia por encima.
La gota se había evaporado.
Y la puerta del local,
ensanchado un poco más en abmos sentidos.
Von termino su vaso, se
recolocó el sombrero y tras dejar un billete en la mesa, se dirigió a la
salida:
- ¡Espera Von! ¡ !Me debes
los desperfectos del local!
. Puede coger a ese-
contestó señalando al cadáver con su arma- Quizá le den algo. O quizá no. Lleve
un trozo grande. Una oreja, por ejemplo.- y luego añadió, mientras salía-
Considérelo… un regalo.- se toco el ala del sombrero para despedirse. Buenas
tardes.- y se marchó.
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