viernes, 10 de septiembre de 2010

30 Segundos sobre Tokio

¡Qué barbaridad de coche! Debe llevar 12.000 euros solo en extras. Debe ser un pez gordo, un pez muy gordo. Para tener este coche no hace falta tener dinero. Hace falta tener dinero. Pero no un camello cualquiera o un matón. Esos aunque tengan dinero si lo hicieran le `pillan enseguida. Hace falta tener un puesto aparente de empresario en alguna empresa potente, para blanquear el dinero, o te pillan enseguida. Camellos y demás, si van al concesionario y sacan noventa billetes antes de que salgan ya está la policía esperando a la puerta. Debe ser un jefe mafioso de cuidado, de mucho cuidado. Esto va a ser gordo, muy gordo, y va a terminar mal. Pero! Que cojones!!Me encanta!
¿Qué hago? No puedo entrar por la puerta, que además está cerrada. Pero oigo ruidos, están cenando dentro. Las cortinas están echadas, no se ve nada. No puedo entrar a ciegas…Espera. Me meto por el callejón de al lado, que seguramente dará a las cocinas. Están trabajando, porque sale de dentro un humo blanco y olor a a rroza y pescado. ¡Bien! Pico al timbre. Grito:
-¡Kang!!Traigo los rollitos de promavera!
Abre un cocinero chinorrio y dice:
-¿Qué Kang?!Aquí no hay ningún Kang!
Le agarro por el cuello de la camisa, y tiro hacia abajo con fuerza, así le reviento la nuez con la rodilla mientras con la otra mano la navaja sde le clava en el pecho, un movimiento que tengo muy ensayado y que lo mata mientras le impide gritar.
-Da igual, yo tampoco traigo ningún rollito de primavera.
La navaja hace un trabajo rápido mientras entro a toda prisa. El otro cocinero me ve e intenta echar a correr mientras que yo, pero yo corro y lo alcanzó:
-¡Un momento amigo!!Llevo muerte para dar y tomar!- y le reviento la cabeza contra la esquina de la encimera.
-Esas manchas de sangra salen muy mal, ¿sabes?!Deja de sangrar, haz el favor!
De repente se oyen voces y entra un pinche mientras grita:
-¿Qué coño…?
Pero ya lo estaba esperando. Le engancho por el cuello mientras digo:
-Me gustaría decir algo ingenioso…
La navaja le hace una sonrisa en el cuello…
-¡Pero no se me ocurre que cojones decir!
Disfruto un poco mientras le veo retorcerse, pero recuerdo que no estoy aquí por el placer y que estos arroceros hacen mucho ruido al morir, y es posible que mi presa sospeche. Entro en el comedor con una patada que revienta la puerta, para que quede más peliculero.
¡Cuando dije que el pez era muy gordo, no me refería a que pesase quinientos kilos! Es un negro enorme como un armario y parecido a un gorila afeitado. Hablando de gorilas, creo que uno de los cocineros no está muerto y comienza a gritar. Pero veo poco probable que llame a la policía.
Con un gesto lento, el gordo se levanta, se quita la servilleta del cuello y me mira fijamente. Ahora que se levanta, debe de medir dos metros veinte por lo menos. Lleva un precioso traje ingles blanco, impoluto; una corbata también blanca y gafas de sol redondas de patillas de oro. Aprieta los dientes y me mira fijamente, irguiéndose cara a cara. Pienso en mis posibilidades. Este tipo tiene pinta de poder aguantar doce o trece hostias sin pestañear. Yo no creo que le aguante tres. Cuatro como mucho. Lo veo negro-y no es un juego de palabras, pero no me puedo echar a tras porque si ves que tiene miedo estas perdido.
El negro se levanta, inspira… y ¡Echa a correr! Con sus ocho mil kilos a cuestas. Acojonante. Yo no lo he asustado, lo he visto en su mirada, he visto el desprecio en sus ojos; a este tipo no le asusta nada ni nadie. Tiene que hacer algo gordo y urgente. Algo muy gordo y urgente para salir corriendo delante de mí y quedar como un puto acojonado. Me regodeo en la victoria y le insulto:
-¿Dónde vas Michelin!! A socorrer un coche en la mediana! ¿A hacer de chicane?
Pero mis ojos captan algo enseguida, allí está el cuadro. Es el mismo, no hay duda. Pero alguien me está observando. Me giro.
Tengo ante mí el hijo ilegitimo de Bruce Lee. Mide poco, más que yo en una cabeza,, lo que ya es decir. Alto y espigado. Lleva una cinta en el pelo que le llega a la espalda. Lleva una camisa negra, de esas que llevan los camareros. Se la desabotona botón a botón, con la mano izquierda únicamente, reservando la derecha junto a su muslo. Cuando se cae la camisa, se ve una increíble musculatura fibrosa. Se pone a botar de un lado a otro, como un puto subnormal que ha visto demasiadas películas. Da grititos ridículos, se abre de patas totalmente, se levanta a la inversa y juega desencajadose los omoplatos, luego inspira profundamente y me invita a ir con la mano.
Yo me cuadro, me restallo el cuello, y los puños y con suavidad dejo caer la navaja, teatralmente. Va a ser un mano a mano precioso.

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