martes, 26 de octubre de 2010

El hombre de la pistola de Oro.

Banco Hermano Rosemberg. 14.50 horas de la tarde.
Un timbrazo hizo restallar la pequeña garita de la entrada. El vigilante, un gordo seboso y grasiento llamado Alfredo, se estremeció en el asiento, casi haciendo reventar la silla por su peso; y dejo en la mesa la hamburguesa que se estaba comiendo. Con la corbata se limpió el kétchup de la boca, tragó y cogió el auricular y miró a la pantalla.
- ¿Quién es?
- Soy el nuevo encargado de la video vigilancia, para suplir la baja de Sáez.
- Identifíquese. – rugió con orgullo el gordo.
- Mi placa identificativa- la colocó sobre la pantalla del video portero.- Mi nombre es Luis Miguel Domínguez.
El gordo examino la pantalla, como si supiera lo que estaba haciendo, para dárselas de importante, y por fin dijo:
- Todo en regla, puede pasar.- y apretó un botón.
- Gracias.
El hombre paso, y cruzo por detrás suyo (mientras pensaba si valia la pena hacer una favor al mundo y cargarse a este cerdo hinchado) pero finalmente pudo mas la cabeza que las ganas y lo dejo vivo con un que aproveche”.
Salió de la garita, atravesó un trozo de jardín y se introdujo en el edificio. Miro el reloj. Tenía muy poco tiempo. Muy poco tiempo. Muy poco…
Cruzó los pasillos rápido pero intentando parecer calmado; cada vez que veía a un compañero lo saludaba, refrenaba un poco y decía un par de líneas de conversación absurda; y continuaba la marcha. Por fin, la sala de cámaras estaba allí enfrente. Su mano iba a llegar al pomo…
- Hombre, tú debes de ser el nuevo, ¿Verdad?
- Quien coño… Eh, si claro, amigo. ¿Cómo le va?
- Bien, jeje. Mejor que a Sáez, ¿no? Le atropello un coche, cuando estaba cerca de casa, ¿Qué putada no? El hijo de puta se dio a la fuga, pero no te preocupes tienen la matricula. En dos días le cogen.
Jodido, pensó el otro. Como que el coche era robado.
- Mira me encantaría quedarme aquí a charlar sobre los éxitos deportivos del equipo local, pero debo ponerme a trabajar ya, que empieza mi turno.
- Pero hombre, ¿ a qué tanta prisa? Las cámaras son automáticas, y graban lo mismo. No creerás que nos van a atracar en estos diez minutos? Además, nunca hemos sufrido un atraco. Este banco es el más seguro de Europa.
- Si, se me los correspondientes eslóganes. Te piden saberlos para trabajar aquí. Pero de todas formas, tengo prisa, ¿sabes? Es que quiero ver dónde voy a trabajar durante dos meses.
- Pero si te vas a pasar allí ocho horas diarias. Y no tiene ventanas, ni…
- Mejor. Es que tengo complejo de Hámster. De noche sueño con que corro en una rueda gigante ¡Déjame pasar coño!
- Tranquilo… Eso de los sueños debe ser
No acabo la frase. Ya había perdido paciencia. El reloj había sonado en su muñeca indicando la hora en punto. No tenía más tiempo. Había que hacerlo a las bravas. Sacó su Beretta del bolsillo de detrás del pantalón, y mientras le distraía con alguna estupidez, se llevó las manos a la espalda, como por casualidad, y con un movimiento bien ensayado, sin ruido le coloco el silenciador. Ahora venia lo bueno. Quitó el seguro, y a la vez, levanto el brazo e hizo fuego a bocajarro; un tercer ojo se dibujo en la frente del otro. Murió con la sonrisa puesta.
Sin tiempo, dejo el cadáver donde estaba, y abrió la puerta. En medio de todos los televisores, estaba un tipejo de barba pelirroja, que se giro en el asiento y comento mientras hacia amago de levantarse:
- ¿No has oído un ruido ahí afuera?
Fue lo último que dijo. Bloqueo la puerta con el pestillo de seguridad. Daba igual que vieran el cadáver, esto iba a empezar ya. El jefe estaba a punto de sacar el revólver. Un segundo para colocarse los cascos. Otro para hacerse con el control de los mandos. Un mirada al reloj. El resto de la banda que entra. Diez segundos para encender el puro de la victoria. Y mientras movía la cámara arriba y abajo, no pudo dejar de pensar en lo que acababa de empezar. El mayor atraco de la historia. Casi nada.
Y sonrió y echo el humo como un surtidor, mientras se recostaba hacia atrás en la silla.

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