Día 49. Año 6
23:32
-
Ten cuidado, cariño. –dijo Matild abrazándole.
-
Bah. ¿Qué me va a pasar? ¿Me van a comer?
-
Ten cuidado – fue su única respuesta, y le beso en la
mejilla con suavidad- Ten mucho cuidado- le susurró al oído.
-
¡Ya está bien!- se rio él- ¡No voy a la guerra, Matild!- se
agacho hasta que su cara quedo justo enfrente a la de la rubia secretaria- En
tres días estoy aquí otra vez. Tres días. Te lo prometo ¿Vale?- le mordió con
suavidad en la oreja. -Tres días. Tres días y estoy aquí de nuevo.
-
Eso espero- replicó ella moviendo la cabeza- Eso espero.
Bueno. -ahogo un sollozo- No te digo adiós ¿Vale? Solo te digo hasta luego. –y torció el gesto.
-
¿Qué pasa?- dijo el riendo, pero la risa se le olvido pronto
cuando vio el reflejo de una lagrima corriendo por la mejilla- ¿Qué te pasa?
¿Qué es tan grave, por Dios?
Ella esquivo su mirada, tratando de volverse
y marcharse, pero él no la dejo.
-
¿Qué pasa?- le pregunto de nuevo.
No obtuvo respuesta esta vez tampoco.
-
¿Qué es lo que pasa?- gritó el, tirando de ella hacia sí.
Cuando ella le enseñó el rostro, lloraba
tanto que tenía toda la cara enrojecida.
-
Nada, no lo sé…- titubeo- Tengo un mal presentimiento.
-
¿Eso es todo?
Ella miro a un lado y a otro, se separó de
él y chillo mientras escapaba:
-
¡Ayer soñé que morías!
Lilyum quedo parado, con los brazos caídos
en los costados, mirando al infinito durante un buen rato. Por fin extrajo algo
de un bolsillo y lo apretó en el puño derecho con fuerza.
Se limpió el sudor de su frente. Estaba
empapada en sudor frio.
Cuando Lilyum abrió la puerta del
dormitorio; lo primero que vio fue a Matt en pijama, hablando a voces con
Krugman, que metido en su cama, escuchaba pacientemente la perorata del físico
con resignación.
-
¡Es un cabrón, un mentiroso hijo de puta, eso es lo que es,
si!
-
Ya.
-
Nos ha mentido, nos ha mentido siempre, desde el primer día
hasta el último. Juega con nosotros, hace lo que le sale de los cojones…
-
Calma.
-
No, no quiero calmarme, no me da la gana ¡No quiero! ¡Ese
hijo de puta! ¡Me ha encerrado aquí para que no hable! ¡Para que nadie sepa
cuan cabrón es… ¡
-
¡Ejem!- Le interrumpió Lilyum- ¿No deberían estar durmiendo
ya? Ciertas partes de esta charlecita podrían considerarse…
-
¿Sí? Pues díselo tú. Yo llevo así desde las diez.- se quejó Krugman.
-
¡Tú! ¡La puerta!- balbuceó Matt, y se tiró hacia ella de un
salto. Pero cuando llego a tocarla, el pesado brazo de Lilyum se interpuso
entre ambos, y con un fuerte empujón, Matt cayó sobre la cama.
-
¡Déjame pasar!- chilló levantándose como un relámpago-
¡Tengo que decirle a todo el mundo…!
Lilyum lo miró con asombro: era más que
palpable el contraste entre la energía de Matt y su desmadrado y enclenque físico.
-
Son las doce ya.- contestó muy calmado- Están todos
durmiendo. ¿No los querrás despertar, verdad?- le dijo muy suavemente,
acercándose a él a apenas unos centimetros. – Sería muy descortés de tu parte- endureció el gesto, apoyando
la palma de su mano en su hombro. – Quédate aquí. Por favor. Descansa.
Matt pestañeo varias veces y no dijo nada.
De pronto dio un chillido, como un animal herido, y comenzó a convulsionarse.
Krugman se levantó rápidamente, pero cuando lo hizo; Matt ya estaba echado, en
la cama, y parecía muy tranquilo. Vio un brillo en la mano del teniente, y
sonrió.
-
¡Gracias a Dios!- respiró Krugman, aliviado.- ¿No podías
haber venido media hora antes?
-
Bueno, ya sabes, la parienta- dijo él guiñándole un ojo.-
Buenas noches.
Pero no se durmió. Lilyum por lo general, se echaba recto, como un lingote de hierro, brazos y piernas relajados y espalda
quieta, como había aprendido a hacer en el servicio militar, donde las camas
eran estrechas ya de por si y aún más para su espalda musculada. Quizás porque
hoy no había hecho ejercicio, o tal vez por la cena; pero es anoche no se pudo
dormir. A la hora se levantó, dio un paseo por la habitación, y volvió a
echarse. Nada, era incapaz. Trato de entretenerse en alguna lectura, y encendió
de nuevo su lentilla informática para leer cualquier cosa. Pero no tenía esa
costumbre, y no sirvió de nada. Así que simplemente abrió los ojos y los dejos
clavados en el techo, hasta que perdió la noción del tiempo y todos los minutos
y horas se perdieron y quedaron allí amalgamados contra la pared del
techo.
El sopor lo venció sin darse cuenta y
comenzó a soñar casi inmediatamente. Soñó cosas extrañísimas. Primero soñó que
tenía ocho años y su padre lo llevaba a su pueblo natal. Allí estaba su abuelo,
que lo llevaba luego de pesca al lago. Mientras pescaba en su barca, el abuelo
de pronto decía:
. Siete.- y levantaba siete dedos.- Siete
son mejor que uno- decía sonriendo.
Él sonreía a su vez y contestaba:
-
Eso ya lo sé, abuelo.
Pero su abuelo volvía a decir:
- Siete. Siete son mejor que uno.
- Eso ya lo sé, abuelo.- y se volvía a
reír.
Y así una y otra vez.
Luego, su sueño se volvía borroso a causa
de la monotonía, y se vio asimismo empapado, flotando en una tabla con su hermano;
en un gélido mar (sabía que era gélido, pero sin embargo no veía hielo por
ninguna parte) y poco faltaba para que los golpes de mar partiesen la tabla o
los ahogasen. Su hermano gritaba algo que se perdía en el viento, y entonces
algo enormemente grande pasaba al lado de la tabla, algo tan grande como para
mover la tabla con simplemente rozarla, y Lilyum comprobó con horror lo que era cuando una
siniestra aleta asomó. Mordiscos y dentelladas empezaron a verse por doquier,
quizás por el ataque de varios escualos o quizás uno que atacaba muy
rápidamente; hasta que por fin la tabla cedía, los dos hermanos se separaban;
el mar o un gran espalda inclinaba la tabla y él se deslizaba, frio y húmedo y
aterrado, chillando hacia un destino dentado.
Su sueño se rompió de pronto, pensó “tan
solo es un sueño” y con apenas una vuelta en la cama volvió a dormirse. Hubo un
vacío, donde se vio a si mismo durmiendo, o quizás se habia despertado un
tiempo, y volvió a soñar. Estaba con un
traje horrible por lo raro, incómodo y pesado; y estaba en un habitáculo
estrechísimo con otros dos hombres que no conocía de nada. El trataba de decir
algo, pero nadie parecía escucharlo, (ni el mismo) y veía, como desde fuera una
nave extrañísima, y él se sabía dentro. Sin que supiera porque, el nerviosismo
creció dentro de él, y entonces vio que a la izquierda de su rostro había un
manojo de cables en llamas:
-
¡Fuego! ¡Huelo fuego!
Dos segundos más tarde el otro compañero gritaba:
-
¡Fuego! ¡Fuego en la cabina!
-
El trataba de escapar, trataba de luchar contra los
cordajes, pero ellos resistían, y entre el humo, el fuego que avanzaba
inexorable, le rodeaba. Deseperado, trataba de quiatarse incluso la escafandra, de arrancarsela, de escapar de alli como pudiera, pero era incapaz. Y lo último que veía, en el reflejo de su visor, era el
baile burlón de las llamas, que desatadas, se aprestaban a a consumirlo con
deleite.
Encharcado en sudor, Lilyum se
despertó bruscamente con un grito, .
Justo enfrente, Krugman le miraba con
una benevolente sonrisa.
-
¿Qué tal ha dormido, Lilyum? ¡La misión comienza! ¿No querrá
llegar tarde, verdad?
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