miércoles, 13 de julio de 2011

El Último Gran Héroe.

La nave retumba con el sonido del Death Metal y su coro de infernales voces ametrallando la quietud espacial. Erich Vonkaestein mataba el aburrimiento jugado en la consola integrada de su ordenador una carrera contra la maquina al ritmo devastador de la música. Una señal de alarma interrumpe su juego. Se quita las gafas de realidad virtual con desgana (la mayoría de las señales recibidas eran falsas o ecos de transmisiones entre naves) y reviso el panel de control. Lo leyó mientras encendía maquinalmente su puro, sin mucho interés en ninguna de las dos acciones. Fumar en la nave estaba prohibido, pero aquí el único amo era el. Le prestaba más atención a la música. Pero algo acababa de llamar su atención…
- Llamada de socorro proveniente del sistema Nova Tycoon, (1.153.12.)
- Llamada de socorro proveniente de Nave de combate ligera ubicada en el sistema Nova Tycoon, (1.153.12) –descargar informe adjunto si/no-
Exhalo una profunda bocanada. El detector de humos de la nave se puso a chillar como un loco, pero él se arrellano en el sillón y lo reventó de una patada. Le tenía ya hasta los cojones.
- Vaya, vaya… parece que alguien se estaba montando una fiesta por ahí.
La cosa se ponía interesante. Una estación siempre ofrecía buenas oportunidades. El pago por el rescate estaba asegurado. Y si no había nadie siempre había lago que saquear. Siempre era mejor eso que atrapar a aquellos dos ladrones de mierda en el culo del mundo. Con lo segundo no sacaría prácticamente ni para el combustible. Y una estación atacada era siempre tan emociónate… como una caja de sorpresas. No se lo pensó dos veces…
Introdujo la variación del rumbo de la nave. Los motores rugieron de nuevo. Estaba otra vez en marcha.
- Despiértame en seis horas- le dijo a la nave.
Y se durmió.
¿Pero quién es este hombre tan seguro de sí mismo? Sus amigos- ninguno en realidad- sus enemigos- los que estaba en su punto de mira y los que lo iba a estar- sus clientes y sus socios lo conocían como Von.
Pertenecía al segundo oficio ms viejo de la historia, la peor ralea del más asquerosos vertedero, siempre recibida con asco, con insultos y escupitajos, pero siempre necesaria. Era un maldito buitre, un carroñero, como se les conocía. Un cazarrecompensas.
Con toda la extensión de inexorable espacio, no había posibilidad para las fuerzas del Orden para actuar de forma rápida y segura ni siquiera en la vigésima extensión del orbe. El descubrimiento de la reproducción sintética del Ciclo de Kelvin y la introducción del motor de antimateria habían generado un boom imparable de la exploración espacial. Docenas de planetas, , millares de estrellas se abrían de forma constante. La única forma de sobrevivir a la ley de la jungla interestelar era contratar una buena flota o pagar a los piratas en ruta. El ejército no daba abasto proteger todos las rutas. Y aunque las compañías privadas habían reclutado inmensos ejércitos de seguridad, esto bastante tenía con mantener controlado sus dispersas posiciones y vigilar los convoyes, como para mantener vigiladas las rutas secundarias. Estas eran más cortas y directas pero no estaban vigiladas. El lugar perfecto para el contrabando y la piratería. Y la expansión de los horizontes no hacía más que agravar los problemas día a día. Y el constante reclutamiento hacían que se infiltrasen espías, desertores y traidores (cuando no psicópatas y asesinos a sueldo) con demasiada frecuencia. Solo había una solución. La Ley Marcial. El Terror. El cazarrecompensas.
Gente de la más baja calaña social., que asesinaba a placer, vivian de la guerra y del conflicto ajeno como moscas de la carroña. Nada raro que aumentasen sus rentas con la piratería, el contrabando o aprovechasen su potencia de fuego para saquear pequeñas estaciones (o de grandes cuando se confederaban) o colonias, o ejerciendo de oportunistas en batallas y emergencias. La venta de chatarra (de nave claro), la trata de prostitutas hacia la colonias o el esclavismo (rigurosamente prohibido) para abastecer las colonias mineras más lejanas.
Los que vivían mucho (muy raros) tenían reputación, grandes riquezas y un buen equipo. El resto… vivían, o mejor morían, como podía. Demasiados al final forzaban la suerte y morían mucho más de lo que podrían tragar, o la ambición superaba su fuerza.
Von partencia a esta despreciable jauría, y era en verdad, uno de sus mejores representantes. Soldado de fortuna, mercenario, contrabandistas, proxeneta, bandido, forajido, pirata, asesino a sueldos, ladrón, traficante de armas, perro de presa y por supuesto, cazarrecompensas, lo que lo resumía todo. Habia “procesado” a 117 perseguidos por la justicia, y participado en más de 200 batallas con su Nave “Moebius”.
El mejo equipo del mercado era suyo. Su nave tenía el mejor sistema armado posible, y un motor que en proporción, era equiparable a un crucero de batalla interestelar. Su nave era un gigantesco insecto de cuerpo grotescamente desproporcionado incrustado en la cabina. Los motores de última generación eran gigantescos pero útiles para salir pitando. Si a eso le sumamos sus escudos pesados, su blindaje de planchas de más de tres metros de espesor y sus sistemas de camuflaje lo hacían u rival difícil.

Su reputación le precedía como una docena de cuervos sobrevolando en círculo. El temor que inspiraba, el odio extremo que generaba, era parte de su trabajo. No tenia piedad, ni la esperaba. Era una maquina fría y calculadora. Los servicios del Orden le necesitaban y les investigaban esperando meterlo entre rejas y ejecutarlo a la mínima oportunidad. De momento no había podido, era muy listo. Demás, era un socio demasiado formidable para perderlo. Los mayores bandidos de la zona los habían abatido sus armas.
Demasiado cerca de la muerte en demasiado ocasiones, había hecho afilar su ingenio. No se engañaba. Sabía hasta donde podía llegar y lo dejaba si le sobrepasaba algo sin remordimientos. Su máscara era el humor negro, el insulto fácil y la aparenté irascibilidad e impaciencia. La recompensa no te sirve si estás muerto era su mejor frase, cuando vayas a disparar no te pongas a hablar; gana el más rápido, busca el punto débil y acaba; si lo ves mal, huye; olvida rápido y vive más rápido aún era su credo.
Nada de su colosal aspecto (tres metros y medio de talla, casi dos de envergadura) se mejoraba con sus increíbles cicatrices, con la proporción exacta de cortes y quemaduras, con la mayor parte de los dientes al descubierto por la ausencia de labios. Para no perder el tiempo afeitándose, hallo en un manual de historia militar (su única afición) la respuesta que esperaba. Descubrió que los hunos se sajaban las mejillas para no tener que hacerlo y le pareció buena idea.
Otra de sus heridas (el trozo de cráneo que se podía ver horriblemente roto y a la vista de la esquina superior izquierda de su cabeza, el trozo de la cadera que le faltaba, etc) era fruto de su encuentro con el forajido de leyenda más famoso, Lupus el Crucificado. No quiso arreglárselo con la cirugía para recordar a todos a quien había matado, y que podría hacerlo de nuevo. Y para que cada vez que se mirase al espejó, se acordadas de lo efímera que era la vida, de lo cerca que había estado de la muerte, del rostro del infierno. Dormía con las armas en la mano, alimentado a base los cadáveres de aquellos más débiles o miserables que el mismo.
Pero ya la nave entraba en la dársena…

No hay comentarios:

Publicar un comentario